De niño siempre me gustaron los juguetes, como a
cualquier niño, pero a mí me gustaban más los juguetes pequeños, o sea, las
miniaturas con las que podía cargar para ir a donde me pareciera mejor y
sentarme a disfrutar de aquellas figuritas que endulzaron la inocencia de la
etapa más feliz de mi vida. Porque cuando dejé de ser niño,
lamentablemente, y
la inocencia desapareció como un golpe de la mala suerte, comencé a enfrentarme
con la realidad. Y desde entonces aquella ilusión que tanto me endulzó la
niñez, se convirtió en una adolescencia en la que descubría lentamente el lado
feo de la vida...
Mi unicornio azul ayer se me perdió,
pastando lo dejé y desapareció.
Cualquier información bien la voy a pagar.
Las flores que dejó no me han querido hablar...
Recuerdo con total claridad
que entre los juguetes que me hacían la vida agradable tenía algunos
preferidos, y a ésos los cuidaba con esmero, los guardaba en un lugar sagrado
de mi habitación, los limpiaba, tratándolos como si fueran seres humanos.
Porque para mí esos juguetes eran seres vivos con los que compartía no sólo
ratos de placer y de ilusión, sino conversaciones en las cuales muchas veces yo
les contaba los probemas minúsculos que para mí eran tragedias que confrontaba
con la escuela, con los amiguitos del barrio, con la familia... Pero de todos
mis juguetes el más querido era un caballito de madera color ocre, apenas del
tamaño de una mano de adulto...
Mi unicornio azul ayer se me perdió,
no sé si se me fue, no sé si extravió,
y yo no tengo más que un unicornio azul.
Si alguien sabe de él, le ruego información,
cien mil o un millón yo pagaré.
Mi unicornio azul se me ha perdido ayer,
se fue...
Y yo cabalgaba en aquel
caballito que a veces dejaba de ser un juguete para convertirse en un corcel
donde yo corría por los campos conociendo paisajes y llanuras, árboles y
pájaros, sonidos que se escapaban de una floresta descubierta al fin montado en
el lomo del animalito tan querido y recreado en mis noches de añoranza, en mi
caballito que me llevaba a galopar parajes de encanto y amplitud, donde yo
vivía feliz olvidado de que más allá de aquel ensueño existía la vida real que
no podría obviar dentro de varios años, cuando el caballito no pudiera ya
llevarme a cabalgar con él fuera de mi frontera de sueños infantiles...
Mi unicornio y yo hicimos amistad,
un poco con amor, un poco con verdad.
Con su cuerno de añil pescaba una canción,
saberla compartir era su vocación...
Pero éramos pobres, y mis
padres tenían que cambiar de residencia, siempre buscando una estancia que nos
acomodara a la precariedad con que vivíamos en ese tiempo que sin embargo fue
mi mejor tiempo, porque en esa circunstancia en que el dinero era la prioridad
de los adultos la mía era otra alejada de la economía que obligaba a buscar
nuevos horizontes más adecuados al maldito dinero del que nunca tuve conciencia
hasta mucho después de la adolescencia... y en una de esas mudanzas mi
caballito se perdió...
Mi unicornio azul ayer se me perdió,
y puede parecer acaso una obsesión,
pero no tengo más que un unicornio azul
y aunque tuviera dos yo solo quiero aquél.
Cualquier información la pagaré.
Mi unicornio azul se me ha perdido ayer,
se fue...
Todavía lo recuerdo hoy,
muchas décadas después de aquel niño que vivía soñando despierto con subirse al
lomo de su caballito de madera a recorrer el mundo... deseando al perderlo ser
rico, millonario, para ofrecer la recompensa a quien pudiera devolvérselo y lograr
con eso que en su boca apareciera otra vez la sonrisa feliz... sin saber que
todo el oro del mundo no es capaz de devolver el sueño de un niño que llora
porque su mayor tesoro, su querido caballito de juguete, se le ha perdido para
siempre...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
El autor de la canción (UNICORNIO) es el cantautor cubano
Silvio Rodríguez
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