I
Prefiero el invierno. En invierno camino y camino y camino
sin cansarme. Y me gusta caminar. Tengo más apetito. Duermo como un fauno con
música agreste. Disfruto envolviéndome en una manta para sentirme protegido del
frío. Todo lo hago con destreza y siempre siento deseos de hacer algo. Y no
sudo. Lo único que no me gusta del invierno es que en las calles sólo puedo
verles las cabezas y los rostros a las muchachas en flor que describiera
Proust. Porque todas van forraditas y apuradas. Entonces recuerdo los versos de
Rubén Darío de su poema Invernal: "el invierno es galeoto / porque en
las noches frígidas / Paolo besa a Francesca / en la boca encendida". Y
mientras aparecen en mi mente los inviernos vividos llenos de ilusión, cuando
era apenas un niño que esperaba la llegada de los reyes magos con los juguetes
solicitados en una inocente cartica, siento deseos de ser niño otra vez. Pero
ahora sólo puedo esperar a la nieve para verla caer mientras sueño despierto...
II
En los árboles del patio de la basílica de San Francisco El
Grande no queda una hoja verde. Las tórtolas han emigrado y ya no se oyen sus
murmullos ni se ven sus vuelos rápidos entre las ramas y en los alrededores de
las cúpulas cuando las campanas dan los cuartos de hora. Pero las palomas y los
gorriones no le temen al frío: siempre buscan pedacitos de cualquier cosa
comestible en el corredor donde algunos residentes les tiran pedacitos de pan
que provocan un fuerte aleteo entre esas aves, entonces se ven ambas especies
juntas picoteando sin ocuparse de sus rencillas naturales en momentos de calma.
Palomas y gorriones saltan, vuelan y se posan en las ramas secas a esperar la
noche con sus buches llenos, mientras en los alrededores el silencio comienza a
apoderarse de los edificios y de sus habitantes...
III
Pero el invierno no sólo es frío, lluvia o nieve, y
ventarrones tan molestos que casi suenan en las mejillas como bofetadas que
queman la piel. El invierno es también la nostalgia. Inevitable, al menos para
mí, asociar esta época del año con mi tiempo de niño, ilusionado con las
fiestas navideñas, la despedida del año que transcurría quizás igual que años
anteriores, pero que yo siempre veía con ánimos para recibir al que nacía la
última noche a las doce, hora que nunca la pasé dormido, porque mis padres y yo
siempre esperábamos el nuevo año despiertos, pensando que el que comenzaba nos
traería mejores perspectivas de salud, bienestar y si acaso un empuje económico
que no nos vendría nada mal. Invierno y nostalgia, añoranza, recuerdos tan
hermosos que a veces me parece que no es verdad que todo aquello haya pasado
tan repentinamente que casi no me he dado cuenta. Y que casi me parece vivir
otra vez, sonriendo inocente, ignorando la verdad del mundo al que me
enfrentaría unos años después, en plena adolescencia...
Augusto Lázaro
http://elcuiclo.blogspot.com.es
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