Me dijo mi amigo Rodolfo de la Fuente una
tarde de esas en que el calor nos hace soltar la primera frase que nos salga de
adentro, que yo soy un hombre feliz. La felicidad, aparte de que no creo que
exista, depende de lo que cada cual entienda que es. No me considero feliz ni
desgraciado, he tenido en mi vida etapas felices y etapas desgraciadas, y en
esa constancia se mantiene hasta hoy. Lo primero que pensé cuando leí su e-mail
fue en que las 5 personas más queridas por mí no viven en Madrid (ciudad donde
vivo), ni siquiera cerca, pues 4 de ellas están del otro lado del Atlántico, y
la quinta lejos de mi espacio vital: mis 3 hijos y las 2 mujeres que más quiero
actualmente, alejados de mí, algunos desde hace demasiado tiempo. Por supuesto
que no voy a hablar de los problemas de salud que todo el mundo tiene, y que no
ayudan a la felicidad, y más cuando la edad sobrepasa ciertos límites que no
quisiéramos tocar.
Pienso que la felicidad en un concepto que
depende de quien crea que la tiene o no la tiene, porque como los colores
(“todo es según el color...”, etc.) se juzga o se aprecia según le vaya a quien
la vida le sea más o menos favorable: nadie cree ser totalmente feliz (y si hay
alguien que lo crea demuestra el poco conocimiento que tiene, tanto de su
propia persona como de la felicidad, o al menos de lo que se entiende por tal
en nuestra sociedad contemporánea). Es curioso que la mayoría de los seres
humanos no está –realmente- conforme con lo que es o lo que tiene, de ahí que
algunos suscriban que la frustración no es más que la diferencia entre lo que
pensamos que debemos recibir de la sociedad y lo que realmente recibimos,
cuando esto último queda por debajo de nuestras aspiraciones.
No. Nadie en realidad está conforme con lo
que tiene, porque el ser humano siempre desea lo que no tiene, y cuando lo
alcanza, enseguida comienza a desear otra cosa. Gracias a eso hemos llegado a
este grado de avance y de progreso, aunque todavía muy lejos de lo que cada ser
humano debería tener y disfrutar. Pero de ahí a que haya personas que declaren
ser felices hay un trecho enorme. Puede que esas personas se lo crean. Pero me
remito a la anécdota del matrimonio en el que el marido siempre ripostaba a la
esposa que lo instaba a que fuera al otorrino, porque decía ella que oía mal.
El hombre repetía incansable: “Pero mujer, si yo oigo muy bien”. Un día, por
acabar con la cantaleta, acudió al especialista, éste le hizo una limpieza, y
cuando el hombre regresó a su casa le dijo a su mujer: “Catalina, qué bien oía
yo... pero caramba, ¡qué mejor oigo ahora!”.
Lo realmente importante es sentirse bien con
lo que se hace y con lo que se tiene y nunca caer en el error de envidiar al
vecino porque tenga más.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
No hay comentarios:
Publicar un comentario