Si me preguntaran cuál es el mal que más daño
hace a la humanidad no vacilaría en afirmar que la burocracia: los males de la
salud más o menos pueden curarse con los adelantos de la ciencia moderna. Pero
nadie ha sido capaz de eliminar la burocracia, que no sólo molesta, sino que
puede conducir a quien tenga la mala suerte de padecerla, al estrés, a la
inseguridad, a la obstinación, y hasta al suicidio, y no creo exagerar.
Imaginemos que esto que les cuento sucedió
realmente: El gobierno cubano envió un alumno universitario destacado a especializarse como perito químico en la Unión Soviética. El estudiante pasó varios años en ese país, hasta que se graduó de esa especialidad, y regresó a Cuba, con sus documentos que acreditaban los estudios cursados y aprobados. El gobierno lo asignó a una empresa donde se presentó con su flamante diploma y el título de perito químico. Hasta ahí todo marchaba sobre ruedas. Pero...
La Administración de la empresa le pidió al
joven egresado un documento que acreditara que estaba facultado para trabajar
en ese tipo de laboratorio como investigador/ejecutor y demás. El joven alegó
que había entregado todos sus documentos que lo acreditaban como tal, pero eso
no bastó al empleador de dicha empresa estatal. Como solución indicó al joven
que solicitara al centro donde había etudiado en la URSS el documento
solicitado y una vez con él en sus manos volviera a presentarse en la empresa.
Así lo hizo el joven, muy molesto, y se dispuso a esperar.
Esperó bastante, pero al cabo de varios meses
recibió una carta del centro de estudios soviético, en la que se le expresaba
que para enviarle el documento solicitado debía a su vez enviar una constancia
de que estaba trabajando como perito químico en una empresa cubana, y que sin
esa constancia no podían enviarle dicho documento. El joven, que ya estaba
cabreado y con ganas de mandar al carajo a unos cuantos, volvió a la empresa y
expuso su situación. Pero el Director, con quien pudo entrevistarse tras
infinitas gestiones, le reiteró que sin ese documento no podía darle el empleo
al que optaba con sus documentos acreditativos... etc.
Después de desistir (había perdido varios kilogramos
de peso y se sentía frustrado, con un semblante de cansancio y de tristeza
notorio), y por consejos de sus padres, el joven pudo obtener un trabajo como
camarero en un hotel para extranjeros, donde se ganaba la vida honradamente
recibiendo propinas que representaban unas diez veces el salario que cobraba
cada mes por su trabajo oficial...
Ahora, señoras y señores que me leen: ¿me
creerán si les confieso que esta anécdota se basa en un hecho real y no en mi
imaginación de escritor? ¡Ah!, no lo creen. Pues oigan esto: a veces yo
tampoco...
Augusto Lázaro
En tweeter: @augustodelatorr
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