1
Me gustaría poder escribir como lo hacen algunas amistades
que tengo vía Facebook, cuyos mensajes siempre son positivos, optimistas,
llenos al parecer de ese amor a la vida que tanto necesitamos (re)activar en
nuestras emociones y en nuestro estilo de vida. Hablar de pájaros que trinan al
clarear el día, en los árboles que desde mi ventana puedo ver al levantarme
cada amanecer, de niños rozagantes jugando en los parques con sus juguetes o
amiguitos, o sus perros, riéndose siempre, como si la vida que les espera fuera
un jardín lleno de flores de todos los colores del espectro, de que en el mundo
reina la paz y la fraternidad, de que las guerras sólo son un mal recuerdo de
estos últimos siglos, de que todos los países tienen relaciones amistosas y
nadie se pelea por una porción de tierra o mar, o un pozo de petróleo, o una
manera de pensar y ver el mundo, de que cuando salgo a la calle siento deseos
de abrazar a cuantos me pasan por delante, de besar a las muchachas que se
divierten en sus citas y sólo piensan en el Carpe Diem (muy saludable, por
cierto), de... en fin, cuánto me gustaría todo eso. ¡Cuánto! ¡Ah! Pero como
decía Heberto Padilla en uno de sus poemas de aquel libro que tanta tela
descosió en los medios de medio mundo (Fuera del Juego): “pero la vida era otra
cosa”... Y no hacemos nada con lamentarlo, pero es cierto: todo lo que dije
sólo son deseos e ilusiones, porque... LA VIDA ES OTRA COSA...
2
Mi mamá me cantaba canciones infantiles que ella oía en un
programa radial cuando en mi casa ese era el único aparato eléctrico (además de
la luz) que había. Me cantaba una que decía que un patito se había enamorado de
una amapola, pero que la flor estaba alto alto alto, y el pobre animalito sólo
era eso: un patito chiquitito y nada más... Ya en la adolescencia escuché otra
canción que esta vez me dejó más asombrado aún: Miguel Aceves Mejía cantaba, no
sé si una ranchera o un corrido, que entre otras cosas decía:
El amor del hombre pobre
Es como el del gallo enano:
En querer y no alcanzar
Se le pasa todo el año...
Las dos canciones citadas, que parecen tonterías, contienen
sin embargo el resumen de lo que es realmente la vida para cualquier ser
humano: el empeño en llegar lejos, más lejos, más alto, y de tener lo que no se
tiene o no puede tenerse. Esa es la lucha que mi mente casi todavía infantil se
grabó para siempre en su pequeño cerebro buscador de cosas nuevas que lo
pusieran a pensar. Si ustedes examinan ambos textos, no se quedarán
indiferentes...
3
Cuentan las leyendas apócrifas que el hombre de las cavernas
progresó a partir del día en que un matrimonio se asomó a su cueva y la mujer
le dijo al marido que se fijara en la cueva del frente, lo grande y cómoda que
parecía, mientras ellos tenían que acomodarse en un espacio que apenas les
alcanzaba para comer y descansar. Si el hombre no hubiera aspirado a mejorar, a
tener mejores cosas que le permitieran vivir mejor, todavía estaríamos en las
cavernas y con taparrabos, articulando ruidos con la boca que sólo entendían
ellos mismos... De ahí nació la ambición de no conformarse con lo que se tiene
y desear siempre tener más. Pero cuando, a pesar de tener muchas cosas, el
hombre moderno desea tener más, surge la complicación de la lucha entre el
deseo de TENER y la realidad de NO PODER TENER todo lo que se quiere. En esa
lucha brilla (y brillará por siempre) la desigualdad humana que permite que
unos tengan mucho (algunos demasiado) y otros tengan poco (algunos casi nada)
sin igualdad ni justicia, porque ambas cosas no existen ni existirán jamás, por
muy buenas intenciones que nuestros políticos se empeñen en vendernos como su
razón de ser (la de quienes gobiernen, dirijan y controlen nuestras vidas). Es
injusto, lo sabemos, pero ¿debe el hombre desear siempre tener más y más? ¿O
debe conformarse con ver a Nadal, por ejemplo, disfrutar de un flamante yate de
15 millones de euros al que un simple mortal no puede ni siquiera soñar?...
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