Una señora realmente encantadora me “acusa” de ser un mal
amigo y un mal vecino, porque no quiero ir a su casa diariamente a explicarle
algo de informática que ella no maneja bien. Sin entrar en el tiempo que
tendría que dedicar a esa altruista labor, la cuestión es muy simple: cuando
voy a su casa y me paso un par de horas con ella intentando que aprenda las
cosas elementales para manejar un ordenador con Internet, la paso
divinamente... pero al volver al día siguiente... ¡se le ha olvidado todo lo
que le enseñé el día anterior! Y tengo que recomenzar siempre de cero, y eso,
de verdad, no me apetece repetirlo constantemente al notar que es inútil, pues
parece que su memoria no está preparada para retener mis ”enseñanzas”... Esto
parece una fruslería, pero no lo es. Hacerle favores a la gente es muy loable,
pero puede traer consecuencias muy dolorosas. Le haces 29 favores a alguien que
conoces con quien sostienes digamos no una amistad profunda, pero sí buenas
relaciones, y un día, porque no estás de humor para eso, o porque no te
apetece, o por cualquier otra cosa, no le haces el favor #30... y esa persona
la emprende contigo tratándote entonces como la aludida: mal amigo, mal vecino,
insolidario, etc. El ser humano funciona así...
Recuerdo una anécdota que oí de niño, no sé si de mi padre o
de algún otro familiar, sobre un mendigo que diariamente acudía a una casa de
personas de las llamadas “pudientes” a pedir un plato de comida. La señora de
la casa siempre salía con el plato y se lo entregaba al mendigo, que lo
agradecía con palabras entrecortadas que apenas se le entendían. Un día, la
señora amaneció con descomposición estomacal que le provocaba dolores
insoportables, y durante todo el día los padeció estoicamente, pues debía
atender a sus hijos, a su esposo y a las cosas de la casa, ya que era una de
esas mujeres que sólo se dedican a las labores domésticas mientras el marido
mantiene el hogar. Al tocar a la puerta el mendigo, como lo hacía todos los
días, la señora le gritó desde adentro que se fuera, que no estaba para nadie,
que no la molestara ahora, pues ese día no podía darle nada. El mendigo
entonces, la emprendió contra ella, calificándola de ingrata, malvada, hija de
puta, y cuantos improperios se le ocurrieron sacados del lenguaje vulgar de la
calle. Una anécdota aleccionadora, por supuesto: la señora alimentó al mendigo
durante largo tiempo, y por un día en que no pudo mantenerlo, ya ven cómo
reaccionó el pobre hombre...
De estas anécdotas se desprende que hay que tener mucho
cuidado y asumir lo que escribió Gustavo Eguren en su novela GASPAR PEREZ DE
MUELA QUIETA, medio panfletaria, porque planteaba, como tantos, que en Cuba
nadie comía antes de la “Revolución”. Pero eso no es lo fundamental. Lo
fundamental es que la novela está llena de cosas como ésta: “no hagas favor que
no te pidan, pasarás por santo o por entrometido, carreras ambas largas y de
mucha penitencia”...
No me resisto a publicar aquel soneto tan lleno de
sabiduría, cuyo autor desconozco porque no he movido un dedo para averiguarlo:
lo que vale es el poema y ahí va:
“Escucha, Fabio, tu mejor amigo / es aquel a quien nunca
protegiste. / Si a un amigo favores mil hiciste / y uno dejas de hacerle, es tu
enemigo. / Brinda al extraño protección y abrigo / y no te pese, que, si bueno
fuiste, / quién sabe si otro pobre a quien no diste / su pan alguna vez parta
contigo. / El extraño te pide, y agradece / lo que tu mano en su dolor le
ofrece / porque nada con ello le has pagado. / En cambio, del amigo que más
quieras, / tonto serás si gratitud esperas: / ¿Le hiciste un bien? ¡Estabas
obligado!”...
Augusto Lázaro
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
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