La hipocresía es un arma
peligrosa, de la que es muy difícil librarse, incluso muchas veces muy difícil
de identificar (a quienes la practican), por eso hay que extremar el cuidado con las personas con las que por
cualquier razón nos relacionamos, así evitaremos muchos desengaños. Yo siempre
he tenido tendencia a idealizar a personas, sobre todo a mujeres con las que me
he sentido muy bien y he creído que son
maravillas cuando en realidad no lo son tanto y a veces hasta sucede con
algunas que son todo lo contrario, y si se trata de una relación erótica tenida
o por tener más todavía, y en estos casos no hay sólo desengaño, sino sufrimiento,
evitable si ponemos los pies en la tierra y dejamos el romanticismo en su justa
medida y en su época, que cuando se llega a cierta edad ya no se está para esas
pifias de la idealización, inútiles, obsesivas, y que no traen nada bueno...
¿Quién no conoce a un hipócrita
consagrado? Es más, me atrevería a preguntar, parodiando a Darío: ¿quién que
es, nunca ha sido hipócrita? A ver, usted mism@ que me está leyendo ahora:
repase cuidadosamente su vida, reciente o más lejana, y quizás se sorprenda y
se diga: caramba, es cierto, cuántas veces lo he sido, cuántas veces he dicho o
hecho cosas que he distado mucho de pensar o sentir. Es que la hipocresía es
patrimonio de los seres humanos. De todos, porque en alguna medida todos la
hemos utilizado. La diferencia radica en los que lo son de una forma
espontánea, sin proponérselo, digamos “por salir del paso” en una situación
determinada, y quienes son hipócritas porque la hipocresía forma parte de sus
personalidades y no pueden renunciar a ella...
La cuestión es más sencilla de lo
que parece: cuidarnos más de quienes conocemos que de los desconocidos, pues
generalmente los primeros son quienes más daño nos hacen. No es por ese refrán
romanticón de “quien bien te quiere te hará llorar”, sino porque nuestros
amigos y conocidos son los seres que más tratamos y es muy difícil mantener una
relación de amistad sin roces, incomprensiones, y hasta discusiones subidas de
tono de las que después nos sentimos avergonzados o tal vez nos lleven a romper
esa relación que creíamos (y quizás lo era) tan grata a nuestra vida. Pero
entró la hipocresía, o la mentira, o el fallo en el momento justo, y ahí mismo
nos sacó del error: habíamos elegido mal a quien tanto llegamos a querer y en
quien tanto llegamos a confiar. Para ahorrarnos semejantes desengaños, sólo una
actitud: los pies en la tierra, siempre. La idealización jamás...
Augusto Lázaro
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
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