En todas las religiones, como en todas las manifestaciones
de la vida, hay personas buenas y malas, sin que por eso determinado sector de
la población universal pueda ser catalogado como “malo”. Y cada religión, al
igual que cada manifestación social del ser humano, tiene en su historia
pasajes realmente tan negativos que si acudimos a ellos puede que tengamos, si
no tenemos ya de antemano, la opinión más crítica de esa religión. El
cristianismo, por ejemplo, durante la edad media y hasta no hace demasiado
tiempo, cometió crímenes tan horribles que conociéndolos sentimos asco,
desprecio, y deseos de que sea exterminado de la faz de La Tierra. Pero el
cristianismo también sufrió en su carne propia abusos, discriminaciones,
atropellos, humillaciones, maltratos, golpes, torturas, asesinatos, quemadas en
hogueras, etc., incluso por sus propios compañeros de fe, como en el caso de
los acusados de herejía que ya sabemos el destino que tuvieron a manos de los
mismos suyos. Es difícil juzgar... mi hija me dijo un día, conversando sobre
acusadores y acusados, algo que nunca he olvidado: “no soy dios ni juez ni
fiscal para acusar a nadie”. Sólo que a veces, por encima del peligro de ser
muy injustos o muy tolerantes, no queremos juzgar para así librarnos de un
posible cargo de conciencia al tomar alguna decisión sobre determinado aspecto
de la sociedad en alguna de sus manifestaciones. En este caso que me ocupa, de
sus religiones, y en particular, del islamismo.
La tolerancia se ha manifestado en demasía con esa religión,
cuyo sector más radical comete crímenes condenables hasta por un maltratador de
mujeres (de ahí su enorme horror). Los ejemplos pecan de exagerados en relación
a esa tolerancia que sólo logra aumentar el sufrimiento de quienes soportan a
veces impunemente los atropellos del Islam radical, como en el reciente caso
del llamado Estrado Islámico, que diariamente mata y mata sin que ninguna
fuerza sea capaz de pararlo de una puta vez. Pero aquí en nuestro patio, donde
todavía (¡!) no hemos llegado a eso, vemos en calma cómo se desarrollan las
actividades de esos nuevos y poderosos enemigos de la humanidad:
Los islamistas se manifiestan en las calles contra Estados
Unidos y contra
Occidente, queman banderas norteamericanas y de otros
países, gritan "¡muerte a
América!", "¡guerra santa contra Occidente!",
etc. Quieren imponer su cultura en
nuestros países y los que residen en ellos no están
dispuestos a asimilar la
nuestra. No permiten que nuestras chicas entren en minifalda
a sus
instituciones, pero tratan de que sean aceptadas sus mujeres
con el velo
discriminador y humillante (no olvidemos que en muchos
países islámicos las
mujeres son "perras") y muchas cosas más que no
vienen al caso. Tienen amplia
libertad para hacer todo eso y mucho más en nuestros
territorios, lo que jamás
un occidental podría ni siquiera soñar en hacer en algunos
de ellos. Nos
consideran "infieles" a los que debería
eliminarse, pues no tenemos a Alá por
Dios ni a Mahoma por su (nuestro) profeta...
En cambio, nosotros, los occidentales, no podemos manifestar
la más mínima
crítica contra el islam ni contra quienes claman contra
nosotros (cuidado,
peligroso), ni por supuesto quemar una bandera de algún país
islámico ni un
muñeco que simbolice o represente a alguno de los muchos
dictadores que rigen en
esos países. Nos aventajan, y cada día más. Pueden hacer y
deshacer a su antojo,
algunas veces, como en nuestro país, con la anuencia o la
tolerancia de nuestro
gobierno y de la izquierda más rancia. Nosotros tenemos que
tragarnos lo que
pensamos y sentimos, porque... "no podemos ser como
ellos"... ¡Qué bonito! ¿Qué
dirán nuestros hijos cuando les entreguemos al primer país
islámico de la Unión
Europea dentro de... menos años de los que muchos piensan?
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
http://elcuiclo.blogspot.com.es
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