Amanezco... abro los
ojos y recuerdo que lo último que leí anoche fue la confesión de un escritor
que decía: haberme despertado es lo mejor que me ha pasado en todo el día,
y me pongo a pensar qué haría en todo el tiempo desde que se despertó hasta que
volvió a acostarse ese escritor para decir que lo mejor que le había pasado era
haberse despertado, como si todo lo demás fuera secundario o incluso careciera
de importancia. Y pienso: ¿puedo decir yo también que lo mejor que me ha pasado
(o que me va a pasar) es haber amanecido?
Porque soy yo quien
ha amanecido, mientras que millones de otros terrícolas todavía están durmiendo
o ya hace rato que se despertaron y se dedican a sus tareas de todos los días.
Me desperezo, me levanto, y a hacer lo mismo que hice ayer y lo mismo que voy a
hacer mañana sin ninguna variación posible en la mecánica de mi vida diaria.
Son las 07.00 y todavía está oscuro. Al baño, a asearme, a afeitarme, a
desayunar, a vestirme, y a salir a enfrentarme un día más con lo mismo de todos
los días.
A veces me pregunto
por qué no intento cambiar mi itinerario vital para convertir cada día en algo
nuevo y distinto y no en la repetición casi exacta de todo lo que hago en las
18 horas en que estoy despierto. Pero rechazo la idea, pues estoy seguro de que
si eso sucediera me sentiría extraño, como un nuevo cerebro rector en el mismo
cuerpo que no circularía por sus movimientos con la seguridad con que ahora
circula, convencido de que encontrará en cada acción y en cada sitio la
seguridad de no enfrentarse a una incógnita, a una incertidumbre, a lo
desconocido. Y lo desconocido no me atrae a estas alturas, ni siquiera por
curiosidad.
Lo conocido me
resulta más seguro en su quehacer: salir de lo mismo es una empresa a la que yo
no estoy dispuesto a acceder: tendría que dar a mi vida un giro de 180 grados y
olvidarme de todo lo que hago y que en realidad me produce bienestar y placer.
Un vecino me confesó una vez que él todos los días hacía lo mismo porque
haciéndolo se sentía feliz, y esas palabras tan simples me llamaron la
atención. El vecino continuó con su filosofía de café con leche (así la llama
él mismo):
--Mira, mi hermana,
cuando viene a visitarme, siempre me lo dice: Pepe, no te preocupes, lo
importante es que te sientas bien, y si te sientes bien así como vives, pues
olvídate de lo demás y sigue así.
Y eso intento hacer:
olvidarme de lo demás y seguir amaneciendo para repetir mecánicamente todo lo
que hago durante el día y parte de la noche: esa es mi vida y a estas alturas
no quiero buscar otra, y además, ¿de qué me serviría esa otra vida? ¿Me
sentiría mejor? Lo dudo tanto que ni siquiera se me ocurre intentarlo una vez a
ver cómo sale.
No. La vida es una
sucesión de ideas, pensamientos, acciones, y a la larga la vida de todos
termina convirtiéndose en una mecánica de repeticiones imposibles de evitar.
Somos una rueda de autobús que diariamente avanza por la misma ruta, llega a su
destino, y regresa por la misma ruta hasta el punto de donde partió. Y nunca
cambia. A no ser cuando su conductor la lleva hasta la sede, y entonces tiene
que tomar otro itinerario, quizás con no tanta destreza como en el que realiza
siempre, y yo prefiero el refrán que niega ese que dice que “vale más malo
conocido que...” Pues para mí, lo malo, ni conocido ni por conocer. Me quedo
con lo bueno que tengo, que aunque no es mucho, lo conozco y sé lo que de él
puedo esperar...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
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