La conocí una
tarde totalmente nublada. Claro, estaba totalmente nublada porque llovía a
cántaros como en Macondo. Llegó corriendo, sin paraguas, intentando inútilmente
guarecerse del torrencial con un cartón que después me confesó que había cogido
de un contenedor para no pescar un resfriado (que al final pescó). Yo estaba
esperando un autobús en una parada donde cabían sin empaparse sólo 6 personas y
ya había, cuando ella llegó radiante y triunfal, unas 12. Sofocada, respirando
corto, sonriente, no dijo ni buenas, lanzó el cartón a la acequia, me miró de
refilón, y se unió al club de los pacientes que esperan autobuses cuando cae un
diluvio que humedece hasta el alma. Casualmente mi autobús era el mismo que ella
esperaba. Nos subimos, como estaba repleto tuvimos que apachurrarnos un
poquito, y entonces ella, que cayó frente a mí, casi pegada como una lapa al
cuerpo que yo creía que era el mío, pronunció una frase original:
--Qué aguacero tan
molesto, ¿eh?
Y como yo no podía
quedarme atrás, le respondí con otra ídem:
--Sí, mire cómo
estoy, chorreando agua.
Y así comenzó
todo. La casualidad quería unirnos, parece, porque nos bajamos en la misma
parada, y como yo tenía un paraguas de 16 varillas, la invité a meterse debajo,
pegadita a mí, sin malas intenciones, pensando que iba a rechazar tan
caballeroso ofrecimiento, pero de eso nada, enseguida aceptó y juntos y casi
revueltos caminamos bajo el huracán hasta la terminal donde pensábamos que
quizás un café calientito podría ilusionarnos con la idea de que no estábamos
empapados los dos, y los dos chorreando agua. La idea del café calientito fue
de ella. Increíble. Desde el primer día me tomó la delantera que ha mantenido
hasta hoy la muy.
--¿Así que te
llamas Encarni?
--Me dicen
Encarni, mi nombre es Encarnación de la Calzada y Peñavieja.
No pude evitarlo:
solté una carcajada.
--Me estás tomando
el poco pelo que me queda.
Miró mi cabeza y
no hizo ninguna mueca.
--Te lo juro. Así
mismo me llamo, por eso prefiero que me digan Encarni. Imagínate si cada vez
que alguien me llama me dijera oye, Encarnación de la Calzada y Peñavieja...
--Sí, digo no,
digo sí, me lo imagino, sí, ya lo creo que me lo imagino.
Y nos tomamos los
cafecitos calientitos mientras esperábamos que el tiempo mejorara, cosa que
tendría que ocurrir algún día. Ella iba a su casa, a dos pasos de la terminal,
yo tenía que esperar un tren que me trajera cerca de mi casa, así que en lugar
de ir cada cual a su dirección debida nos quedamos, repetimos el cafecito, y
hablamos tanto y de tantas cosas intrascendentes que yo me separé de ella
pensando (y creo que ella también pensó lo mismo): ésta es la mujer que me hace
falta. No se parece en nada a mí, sólo en las tonterías que podemos hablar
mientras esperamos que termine un aguacero monumental a ver qué hacemos y a
dónde vamos si no lo sabemos después de la conversación intrascendente... Y así
fue. Hasta hoy...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
http://elcuiclo.blogspot.com.es