¿Encontraría a La Maga? Desandando las calles de
París, a veces demasiado frías, observando el movimiento de personas semejantes
a hormigas que apuran sus itinerarios, cargadas aquellas con sus pensamientos
de colectividad urbana y éstas con hojitas verdes que aumentarán sus despensas
para el frío invierno que se acerca, la idea está ahí, siempre vigente, siempre
a la espera de que un encuentro casual es lo menos casual de nuestras vidas...
Cortázar continúa buscando a La Maga cincuenta años después
de haberla creado y mucho tiempo después de haberse muerto él, dejándonos su
recuerdo literario y personal en el montón de personajes que también buscan
incansables a la madre de Rocamadour en las calles de París, bajo la nieve que
cae preciosa desde un cielo que ha bloqueado al astro rey sin posibilidad de
dejar pasar sus rayos para que el bueno de Julio se caliente mientras no
abandona la idea de encontrar a su amor entre los diez millones que pueblan la
ciudad luz, la más grande del viejo y emputecido subcontinente...
Caminan abrazados bajo la lluvia helada, se miran y se besan
bajo el cielo tan oscuro que parece anochecido prematuramente, corren, se
detienen, se tocan, se acarician, retozan en su desandar por los bares de
París, en busca del grupo de amigos que los arroparán dentro de una boite
calientita como ella mantiene al bebé mientras mira a Julio y al niño no
sabiendo en qué rostro detener sus ojos mágicos que no descansan al igual que
su cuerpo en permanente movimiento, y él resplandece ante al amor que al
parecer lo puede todo... pero todo es un sueño, ya La Maga no está, ya él está
muerto, y buscarla ahora es una empresa inútil: París no la devolverá. La única
opción es regresar a su origen, cruzando el Atlántico que un día pensó que no
volvería a cruzar en esa dirección dejada y alejada de todo lo que tenía que
ver con su vida antes de encontrar a Lucía...
Ella aparece entre la bruma de un invierno largo y a veces
tormentoso, ella arropa a Rocamadour con mimos y ternezas, moviéndole los
juguetes a su alrededor, mientras el bebé se queda hipnotizado ante el
descubrimiento del mundo que se mueve, ella hierve el biberón y lo llena de
leche para ponérselo en la boca en lugar de sus senos vacíos, ella habla con él
como si él fuera un adulto que comprendiera sus palabras, ella lo mira
embelesada, casi sin creer que esa cosita a la que llama mi arbolito,
caballito de juguete, haya salido de sus propias entrañas... pero ella no
sabe que todo en la vida es proclive a la muerte, no, ella no sabe, no puede
saberlo... ella está mirando a dos rostros a la vez: a Julio y al bebé
Rocamadour, terroncito de azúcar, pedacito de mí, vente con mamá, que Horacio
te va a querer como yo lo quiero a él...
Y al final, la muerte... y al final, Buenos Aires con otros
seres que cruzan el largo camino hacia la muerte... Talita no puede sustituir a
La Maga, y Julio se sienta en un banco del parque casi tan frío como París en
un invierno contrario al calendario europeo, porque al final sólo quedan los
recuerdos, sólo queda la nostalgia, sólo queda intentar una vez más encontrar a
La Maga en el Puente de las Artes, o en cualquier otro lugar ahora en Buenos
Aires, quizás en Corrientes sin porteros ni vecinos como allá en los bulevares
repletos que escondían las miradas indiscretas ante las más inverosímiles
manifestaciones del amor que se fue y que todos saben ya que no volverá...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
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