Si usted lee detenidamente LA ILIADA y LA ODISEA, notará que
esas dos grandes obras literarias contienen en sus múltiples páginas todos los
vicios y defectos que tenemos los bípedos desde que el hombre dejó de ser mono
y comenzó a razonar. Todo lo malo, y algo de lo bueno, aunque esto último no se
ve mucho en esas acciones que realizan griegos y troyanos junto a otras yerbas
de la antigüedad que desfilan incansables en sus combates y aventuras tan
detalladas por el llamado “poeta ciego de Grecia”, o sea: HOMERO.
Desde que leí ambas obras cuando era un adolescente que
descubría la maravilla de la literatura y que la disfrutaba al máximo, nunca
creí que el tal Homero las hubiera escrito, o al menos, las hubiera recitado.
Me parecía algo absurdo que mientras el poeta recorría los pueblos helenos
echando al viento sus versos sobre la guerra que duró diez años, otro u otros
lo siguieran incansables, recopilando (¿cómo y de qué manera?) sus cantares y
transfiriéndolos al papel (¿?) dándole la forma novelaica poética en que hoy
las conocemos.
Pero la importancia de LA ILIADA (y después de su hermana
menor LA ODISEA) no está en quién, sino en qué cuenta y en cómo lo cuenta, y en
ambas formas narrativas poéticas se cuenta una realidad que al transcurrir los
siglos se mantiene tan vigente que parece haber sido descrita tan sólo hace
unos pocos años: en esas joyas de la literatura universal podemos encontrarnos
reflejados sin tapujos, tal como somos los seres humanos actualmente, con la
única diferencia de los adelantos técnicos y científicos que no disfrutaron (o
padecieron) aqueos y troyanos enfrascados en matarse mutuamente, como hacemos
ahora nosotros los súper modernos del siglo XXI, que nos matamos tan
salvajemente como se mataban aquellos antiguos que lucharon diez años por la
infidelidad de una mujerzuela que no valía la pena para tanta sangre derramada.
Odio, rencor, envidia, celos, amor, ambición, insidia,
maldad, perversión, honor, luto, destrucción, muerte... ¿no son ésos los
atributos del hombre moderno? Pues los encontramos desde épocas tan remotas en
que todavía el llamado mesías que nació para salvarnos y no logró
hacerlo, no había llegado a la Historia para dividirla en dos etapas: antes de
él y después de él. Quizás por ser el único que ha podido hacerlo sea el más
grande de todos los hombres, eso lo dejo a los estudiosos de las bondades que
en los seres humanos contemporáneos están cada día más escasas.
No en balde me decía Juan Maguey hace unos días que era
cierto que “no hay nada nuevo bajo el sol” en cuanto al sentimiento humano se
refiere. No se asombren, pues, los que claman que la humanidad está cada día
más salvaje: está igual que como ha estado siempre, porque en el fondo del ser
que camina en dos pies se ha escondido siempre, aparte de una enorme bondad, y
a la par que ésta, un rasgo del mal, dormido por suerte en casi todos, hasta
que un mal día se despierta y estalla, y ya se sabe lo que entonces sucede...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
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