Hace algún tiempo recibí una carta de Beatriz de Moura, en
respuesta al envío de una de mis novelas inéditas para su análisis y posible
publicación. Me decía Beatriz, con pocas y tajantes palabras: “no publico su
novela porque no me gusta”. Siempre agradeceré esa muestra de sinceridad que no
he encontrado en ninguna otra editorial a las que inocentemente envié algunas
de mis novelas inéditas, cuando yo todavía no me había dado cuenta de que para
ser un escritor y triunfar como tal, aparte del talento que se tenga (y de
otras cosas que para qué mencionarlas) es necesaria una disposición al esfuerzo
y al sacrificio que yo, ¿para qué engañarme? no tengo. Ni he tenido nunca.
Ni creo que pueda tener algún día...
Muchas veces leo en entrevistas a escritores consagrados y
famosos, cuando les preguntan su método para escribir, que se levantan al
amanecer y se ponen a teclear hasta el mediodía, a veces hasta más tarde,
ininterrumpidamente, sin mencionar si en ese lapso de tiempo han desayunado, se
han aseado, o si han hecho alguna otra labor doméstica o de otra índole que no
sea escribir. Digamos que lo creo, al menos en la mayoría de los casos, y como
lo creo pienso que hay que tener una constancia, una disposición para el
esfuerzo y el sacrificio, y una verdadera devoción para olvidarse de todo lo
demás y dedicarse totalmente, durante ese tiempo, a escribir, escribir, nada
más que escribir, dignos de admiración, y al mismo tiempo comprendo por
qué muchos autores se pagan sus
ediciones y a otros que por algún tipo de empuje (por no llamarlo enchufe)
logran que sus libros estén en los estantes de las librerías a la venta y en
los suplementos de diarios a la promoción necesaria para su
conocimiento...
Pero además de esa disposición para poner la acción de
escribir como la más importante (a veces como la única importante) un escritor
que se precie de serlo debe atender las palabras de Hemingway que dijo que un
autor debe escribir lo que nadie ha escrito, o escribir sobre lo que ya se ha
escrito con más calidad, y si no puede hacerlo, debe dedicarse a otra cosa. Y
tras esa carta de Beatriz me acordé de las palabras del gran autor
norteamericano y me dije: si no puedes hacer una novela a la altura o mejor que
La montaña mágica, ¿para qué vas a seguir escribiendo?...
Todo lo anterior más otras cosas que no quiero abordar
(sería demasiado larga esta entrada además de la inútil sensación de tiempo
perdido cuando terminara mis observaciones) se refiere al sentimiento que da,
lo confieso, ver, oír y leer a otros que triunfan, y preguntarme como le
pregunté a Beatriz de Moura en mi envío que provocó su drástica respuesta: ¿por
qué ellos sí y yo no? Pero además de todo eso, para intentar publicar lo que se
escribe hay que disponerse a sufrir todo un calvario que incluye: horas y horas
de trabajo “creador” renunciando a otras cosas, digamos placeres que la vida
ofrece, olvidando hasta los seres más queridos que se dejan para “cuando tenga
tiempo”, y esforzarse por hacerlo lo mejor posible, y cabrearse cuando lo que
se ha escrito no es lo mejor posible, enconarse, maldecir el momento en que se
decidió a ese oficio, sudar, empeñarse, dejar hasta de alimentarse debidamente,
y al final, cuando ya la obra está “lista”...
...imprimir en papel todo el texto, releer, revisar,
corregir, volver a hacer todo eso, fotocopiar las copias, encuadernarlas,
envolverlas en un paquete para enviarlas al concurso o a la editorial
determinada, y esperar con los nervios alterados a ver qué respuesta dan o qué
resultado se publica, y como casi siempre son desfavorables ambas cosas, a
lamentarse, a padecer, quizás a llorar, y a pararse frente al espejo con la
pregunta clave: ¿para qué sigo escribiendo?
Y, al menos en lo que respecta a narrativa, esa es la
pregunta que me hice yo el día de la revelación. Y mi respuesta tenía que ser,
si realmente era sincero conmigo mismo: ¡para perder el tiempo!... y cuando el
tiempo se pierde, a pesar de Proust, no se recupera jamás...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
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