Tengo una amiga a
la que quiero mucho y con la cual no puedo discutir, porque siempre tiene la
razón. Verán: hace 20 años que nos conocemos y haciendo un recuento de la gran
amistad que nos une, por encima de nuestras diferencias, he llegado a la
conclusión de que nunca le he ganado una discusión. Ni una sola. Porque ella
siempre ha tenido la razón, ha sido la dueña de la verdad, y apenas me ha
dejado argumentar mis pobres razonamientos, que como todo ser humano, los
tengo, lástima fuera...
Mi logorreica amiga
suele defender sus puntos de vista con énfasis, a veces se le va la pauta y
alza un poco la voz, porque no conoce esa canción cubana que dice: no me
grites / que no hay por eso más razón / en lo que dices, pero en general,
como no siempre está excitada por el asunto que tratamos, no siempre grita, y
así nuestra amigable discusión resulta digerible y más amena y saludable.
Porque créanme, gritar no es bueno para la salud...
Mi amiga acude a
su constante hablar y es difícil que acepte que alguna vez puede estar
equivocada. Sus reacciones siempre siguen un acostumbrado método, una respuesta
acostumbrada en su diario bregar con nosotros los pobres mortales que casi no
sabemos ni en qué suelo ponemos nuestras plantas. Veamos algunas de sus
ripostas:
--No, perdona,
pero estás equivocado, no es así como dices...
--No, perdona,
pero no tienes razón, no la tienes...
--No, perdona,
pero no es como tú piensas...
Y así
sucesivamente. Cuestión: que siempre termina ganando la discusión sin
discusión, porque es una de esas personas (sin que por ello deje de ser
encantadora) a las que cuesta mucho aceptar que otra persona pueda tener otro
punto de vista que no sea el suyo. No. Ella jamás se equivoca, para ella, el
otro (en este caso yo) es el que está equivocado. Pero eso sí: cuando te hace
falta su ayuda, la tienes al completo y sin reservas...
Las relaciones
humanas, al igual que la convivencia entre personas, son difíciles, sin dudas.
Los seres humanos tenemos tendencia a creernos que siempre somos portadores de
la verdad, de la razón, de la certeza en nuestras opiniones. Admitir que
estamos equivocados es patrimonio de unos cuantos “raros” en este mundo donde
la verdad escasea tanto que casi no existe, y la mentira se impone como método
infalible de ganar amigos y “caer” bien entre aquellos con quienes contactamos
a diario. Algunos llaman a esa actitud “diplomacia”, otros simpatía, carisma,
buena educación, etc., puntos básicos en la relación personal con nuestros
semejantes si no queremos discutir y discutir sin ponernos de acuerdo, y llegar
incluso a enemistarnos con quienes no piensan como nosotros...
Lamentable que en
esos momentos me llegue a la memoria un fragmento del tango Madreselvas
que algunos opinarán que es negativo, pero qué remedio. Dice:
Así aprendí
que hay que fingir / para vivir decentemente. / Que amor y fe mentiras son / y
del dolor se ríe la gente...
¿Pesimista?
Puede, pero insistir es harto inútil. A las personas se las acepta como son o
no se las acepta. Lo que es además de inútil una tontería, es pretender que
sean como nosotros quisiéramos que fueran. Eso no es una utopía: es (y me
perdonan) una estupidez...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
ps: el jueves
publicaré lista de entradas en 2010-11-12 para facilitar alguna búsqueda que
interese
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