La vida es una constante repetición de acciones que en casi todos los
seres humanos resulta inevitable. Cada vez que abro los ojos al despertaarme
por las mañanas pienso en que ese día voy a hacer lo mismo que hice el día
anterior y lo mismo que haré el día siguiente, con una exactitud que llega a
preocupar, si pensamos que somos unos seres raros, unos robots que funcionan de
acuerdo a una programación electrónica establecida por su creador, que nos
hemos convertido en seres más bien vegetales, mecánicos, cibernéticos, que
respondemos a un programa que nos indica lo que tenemos que hacer cada día de
nuestras vidas. Falso. Si investigáramos a fondo descubriríamos que casi todas
las personas que conocemos o tratamos también hacen lo mismo todos los días,
repitiendo hora por hora acciones, pasos, salidas, lugares, conversaciones,
contactos con amigos o conocidos que vemos a diario sin detenernos a pensar si
ellos también estarían pensando en nosotros como comparación a sus vidas que se
parecen tanto a las nuestras que podríamos decir que han sido “programadas” por
el mismo creador que nos ha programado a todos, o a casi todos, de la misma
forma y con los mismos o parecidos resultados de rutina y mecánica en nuestra
manera de vivir... Por eso es que...
Julio Cortázar dijo en su obra maestra, RAYUELA, algo así como que
"todo lo que se escribe hoy y que vale la pena leer está orientado hacia
la nostalgia"... y esta mañana lo he comprobado una vez más: me he
levantado, como siempre, muy temprano, me he asomado a la ventana de mi
habitación que da al fondo de la basílica de San Francisco El Grande, y he
mirado unos minuitos los árboles (lo que queda de ellos) después de un largo
invierno con mucho frío y mucha lluvia, y sólo veo ramas secas con algunas
palomas revoloteando y ningún trazo humano que me diga que yo no vivo en el
desierto de Gobi. Y me sucede lo que me sucede siempre, cada mañana, al
asomarme a la ventana y ver sólo palomas y árboles sin hojas y "nada por
todas partes", como dijo Gerónimo, el protagonista de la obra Magia Roja,
estrenada por el Cabildo Teatral Santiago hace ya mucho tiempo. Y no puedo
evitar los recuerdos de una de mis épocas felices...
...pero ahora, con los pies en mi habitación de hoy, en pleno 2017,
mis recuerdos se vuelven a otro de mis amores imposibles (porque hay cosas
imposibles, sin dudas) del que resultó ser un desengaño más cuyo único culpable
he sido yo por no poder superar ese enorme defecto de idealizar a personas,
lugares y situaciones, que me ha acompañado desde que aprendí a dar mis
primeros pasos en ese misterioso avatar del amor que siempre nos tiende una
trampa en la que solemos caer sin poder evitarlo, bien porque no nos damos
cuenta a tiempo o porque somos humanos y no perros que serían incapaces de
darse un golpe con la misma piedra más de una vez...
Es que la vida se repite, inevitablemente. Por eso se repiten estas
divagaciones nostálgicas que quizáz nos ayuden a paliar un poco la monotonía de
una vida que no planificamos como la veíamos en nuestros sueños de adolescentes
románticos o mentecatos, como nos llamaban algunos que tenían el cerebro más
desarrollado entonces y los pies más firmes en la tierra que pisábamos con los
zapatos nuevos regalados por los reyes magos, mensajeros de la paz, como esa
pieza de Isao Tomita que yo suelo escuchar cuando quiero alejarme (no
olvidarme) de esos recuerdos tan pesados que a veces me agobian...
Augusto Lázaro
http://elcuiclo.blogspot.com.es
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