Sí,
yo soy juez. Y ser juez en este país no es una tarea fácil. Tienes dos
opciones: cumples la ley al pie de la letra, o interpretas la ley según tu
punto de vista y la aplicas, olvidándote de las consecuencias. Y ahí está el
detalle: las consecuencias. Porque todas las consecuencias te van a ser
desfavorables. Si condenas al detenido puedes buscarte problemas con familiares
y amigos del mismo, desde amenazas hasta acciones ejecutadas contra ti, y si lo
dejas en libertad, que es lo que yo hago casi siempre para poner a buen
resguardo mi pellejo, te buscas críticas, insultos, comentarios y artículos en
los medios sobre lo mal que funciona la justicia, etc. O sea, que si eres juez
estás jodido. Como quiera que te pongas tienes que llorar. Porque vamos a ver:
ya estoy hasta las narices de leer en los periódicos “es inconcebible que el
juez Mascual haya dejado en libertad a Cuquito el Pastelero, siendo ésa la
decimonovena vez que el malandrín era detenido por la policía”... Siempre con
lo mismo. Pues bien, yo me atuve a lo que dice la ley, por eso lo solté. Y si
la ley dice tal cosa no soy yo quien va a cambiarla. ¿Por qué no la cambian los
diputados del Congreso, que se pasan la vida hablando bobadas, bostezando,
insultándose unos a otros, y siempre dejan las leyes, que todo el mundo se
queja de lo mal que están hechas y que favorecen a los delincuentes, así como
están, tal como las hicieron quienes las hicieron con la Constitución, y si algo
aquí está podrido no soy yo como juez, es la ley, y si quieren que no suelte a
nadie más, pues cámbienla y no jodan más con sus ataques injustificados. ¡Ah!,
pero no sólo hay un problema con las leyes mal hechas, no. ¿Qué me dicen de las
amenazas que recibo cuando tengo a un detenido en prisión más de tres días?
¿Eh? ¡Ah!, eso no les pasa a los ilustres diputados. Pues me pasa a mí, como
juez, y llueven no sólo las críticas, sino las amenazas contra mí y contra mi
familia, y ¿qué puedo hacer yo entonces, si no tengo custodia ni mi casa está
vigilada las 24 horas del día? Pues al carajo la ley, bien o mal que esté, y al
carajo todo, que yo no me voy a jugar el pellejo mandando a un tipo de ésos a
la cárcel para que venga un socio, un mafioso, o uno de la organización a que
pertenezca, y me cepille en una calle el mejor día. No señor. Otra cosa:
¿cuánto gano yo para arriesgarme así? Porque hay otros que no vienen con sus
amenazas, no. Hay otros, familiares o amiguetes o compañeros de la banda o lo
que sean, que vienen con un fajo de billetes y me dicen muy bajito: oiga, juez,
vamos, no sea tan drástico con el muchacho, déle otra oportunidad (aunque ya le
hayan dado veinticinco oportunidades y nada), y entonces, con mucho disimulo,
casi como si fuera un ruego religioso, me enseña el fajo de billetes y sin que
yo pueda evitarlo me lo pone en las manos y se va, con un saludo discreto y
amistoso. ¿Y qué voy a hacer? ¿Voy a rechazar ese dinero, que tan bien me
viene? ¿Quieren jueces honrados? Pues páguenles más, carajo, y no hablen tanto
de honradez, que aquí el honrado se tiene que conformar con una tortilla y un
zumo, y con ponerse ropa de liquidación, y con vivir en una casa de 60 metros y
tal. Por eso, óigame bien: yo soy juez y en este país en que las leyes están de
tirar y nadie las corrige, y en que los cabrones se forran haciendo lo que les
da la gana, porque yo me busque unos euritos de vez en cuando, o porque atienda
los reclamos de algún mafioso amenazante, el mundo no se va a acabar. Ni yo
tampoco, por supuesto. Así están las cosas. Y así estoy yo con esas cosas. Y
que se dediquen a otros problemas, que en definitivas, aquí ya no caben
delincuentes en las cárceles que están a rebote, ¿para qué complicarle la vida
a los guardianes, si no tienen dónde meter a ningún muchachón de esos que un
día sí y otro no cometen delitos en la calle, amargándole la vida a los
policías, que tampoco ganan lo que debieran, y esos sí se arriesgan la vida
diariamente, y no reciben ni una medallita que acredite su valor ni le hacen ningún
acto de agradecimiento público ni la puerca de Celestino Zubizarreta. ¡Ah! ¡Qué
paisito, verdad? Pues eso, mi amigo. Véngase y échese una cañita conmigo, que
esta noche invito yo...
Augusto
Lázaro
(para
acceder a EL CUICLO pinche en: http://elcuiclo.blogspot.com.es)
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