Una lectora que reside en México me escribe
invitándome a asistir a la Feria del Libro, donde ella estará firmando su
último título. Cuando leo su invitación lo primero que recuerdo es mi última
aventura, ya hace algunos años, en una de esas ferias que suelen celebrarse en
el parque de El Retiro de Madrid: de pronto, sin saber cómo ni cuándo me vi
metido, casi ahogado, entre un montón de gente, cientos de personas apretujadas
todas, apachurrándose unas contra otras, derramando sudor por todos los poros
de sus cuerpos (de nuestros cuerpos), soportando un sol que hacía subir el
termómetro hasta los 42, sofocadas, yo sin poder moverme, dejándome llevar por
la fuerza de la masa compacta, y lo peor: sin poder acercarme a ninguna caseta
para al menos verle la cara al firmante de turno que ya no tenía cola, sino
bulto de humanos, esperando llegar para comprar su libro y pedirle un
autógrafo.
No exagero. Hay que vivir esa emoción para
creer lo que he contado. No sé si sería ese día y a esa hora sólamente, sólo sé
que cuando logré salir del apretón y sacudirme la camisa empapada y mirar mis
zapatos llenos de pisotones, tocarme suavemente mis músculos golpeados, y
buscar con las manos mi riñonera con mis cosas personales que ¡oh milagro de la
casualidad! no había perdido, me dije que jamás... Y hasta hoy. Y le envié a mi
amiga una foto aparecida en un periódico gratuito donde aparece una vista de
esa multitud, para que corroborara con sus ojos lo que había sido mi estancia
en la famosa feria.
--Bueno, te tocó la mala, porque yo he
estado en la feria y he podido caminar, aunque es cierto que entre demasiada
gente –me dice mi buen amigo Juan Maguey, algo acatarrado, lo que en él es casi
norma.
Pero no es sólo eso, la feria tiene muchas
cosas. No voy a hablar de las positivas (entre ellas las ventas para engrosar
las arcas de editores y editoriales, porque los demás factores, entre ellos los
autores, alcanzan muy poco de lo que se vende con sus nombres), sino de la
¿utilidad? de visitar esos lugares siempre llenos de personas cuya mayoría no
se interesa por las letras sino por estar allí, metido en la vorágine, ser
parte de otro espectáculo que esa gente considera que es una feria del libro. Y
en realidad lo es.
--Mira esa cola –le dije a Juan una tarde en
la feria- ¿tú crees que esos que están haciéndola para que el autor les firme
el libro que tendrán que comprar, van a leerlo?
--Ya veo que el pesimismo extremo te sacude
hoy. Pues yo creo que sí, que si desembolsan quince o veinte euros, o quizás
más, tendrán que dispararse la obra, aunque después se arrepientan de haberla
comprado.
--Ahí está el detalle, como decía
Cantinflas: la compran y después se arrepienten, porque eso es para muchos como
ir a las rebajas y no quedarse sin llevar nada a casa, aunque después se den
cuenta de que no van a usar lo que llevaron, porque no les sirve para nada.
Y así son las ferias. Siempre he pensado que
las grandes figuras literarias nunca acuden a firmar sus libros en las ferias,
y que estas presentaciones tienen mucho de nombres consagrados más que de la
calidad que a veces no tienen esos libros que anuncian en todos los medios,
colocándolos al nivel de las genialidades de los mejores creadores del patio y
de la sala. Recuerdo una vez que causó sensación un libro que anunciaban hasta
en los retretes públicos titulado El gordito ligón, cuyo autor se agotó
del esfuerzo en firmar tantos ejemplares hasta que la caseta se quedó vacía. En
los tres o cuatro días siguientes, todo era ese título y ese éxito. A las 2
semanas ya nadie se acordaba del librejo.
--Y los que publican y todos los años van
allí a lanzar sus éxitos editoriales, de crítica y de público, ¿quiénes son? Si
ya los conocemos. Acuérdate, Juan, que en nuestro país rige un slogan
(en inglés para estar a la moda) que dice que “para darte a conocer tienes que
publicar, pero para publicar tienes que ser un conocido”, ja ja ja.
--Bueno, ¿nos tomamos un café?
--No, querido amigo, voy a ponerme ahí en la
cola de esa novela que está causando sensación, que no quiero perdérmela... y
si es con la firma de su autor, pues eso...
Juan se me quedó mirando con lástima, como
pensando “este no tiene remedio”, mientras yo me dirigía a la fila para ponerme
en último y esperar sudando que me llegara el turno...
Augusto Lázaro
NOTA: os invito a visitar mi nuevo blog, EL
CUICLO, pinchando:
Con algo hay que olvidarse de la crisis,
¿no?
foto: feria del libro de Madrid 2012
1 comentario:
Me parece muy buena la entrada y refleja la realidad de las ferias...
La literatura es un acto de soledad, tanto para el que la escribe como para el que la lee, y esos tumultos no son saludables, aunque puedan resultarle gratos a muchos.
Saludos
Rodolfo
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