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Cuando se está rodeado de personas con las que no se
tiene nada en común, la vida se hace más difícil, pues obliga a encontrar en la
soledad un paliativo para soportar la escasa o ninguna comunicación con otros
seres humanos, cosa tan necesaria como alimentarse, dormir, moverse, etc. Es
entonces cuando surge la disyuntiva de estar solo o buscar alguna compañía que
satisfaga los deseos de conversar y pasar un buen rato con algún ser humano y
no con equipos electrónicos que están sustituyendo lentamente (o rápidamente)
las relaciones humanas en persona. Y esta dedicación cada vez con más tiempo se
está convirtiendo en una plaga, o peor, en una enfermedad mental que llega a límites
insoportables: “no puedo, ahora estoy en el móvil atendiendo a una amiga”:
cosas así se producen diariamente por miles y miles de jóvenes que dan
preferencia a la comunicación electrónica a quedar con un amigo que los llama
para encontrarnos y pasar un rato juntos…
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Observar a la gente siempre resulta interesante. Quien
se dedica, de alguna u otra forma, a escribir o a dejar sus impresiones en
papel o en pantalla, tiene que ser un buen observador, pues va a hablar de
personas, no de árboles ni de edificios (que también sería de interés para
muchos). Pero esta observación tiene su tela y en esa tela se pueden encontrar
alegrías y tristezas, confirmaciones y decepciones. Una tarde estaba mirando a
una señora abrazar y besar a otra más o menos de su misma edad, con un
entusiasmo y un énfasis que tal parecía que la otra señora era la persona que
más quería la susodicha. Sin embargo, lo que tiene de curiosa esta anécdota es
que conozco a la primera señora y la he oído hablar horrores de la abrazada y besada,
hasta el punto de decirle a quien la escuchaba que esa persona haría mejor en
morirse pronto, pues sólo servía para chismear y enredar, buscando problemas y
provocando enemistades en su entorno social. O sea, que si yo no lo hubiera
observado, jamás hubiera creído que se puede ser tan hipócrita y engañar de esa
forma a quien tanto se desprecia, disimulándolo al punto de hacerle creer a
ciertas personas (no a las que conocen el drama) que ella es un dechado de
cariño y buena relación… delante de la gente que la está observando…
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Pero esta gran humanidad no ha avanzado tanto en las
relaciones humanas como en la técnica y la electrónica: cada día descubrimos
algo nuevo que nos asombra, la ciencia progresa a velocidad supersónica, los
avances en el terreno de la medicina, por ejemplo, nos hacen sentirnos más
seguros y confiados en nuestro futuro. Nadie lo niega. Pero en cuanto a las
relaciones humanas con nuestros semejantes, hemos retrocedido a tajos, porque
cada día también nos alejamos más y a veces pasamos meses sin sentarnos a
conversar con un amigo en un bar o en algún espectáculo en que nos veamos sin
medios mediante. ¿A dónde vamos, a dónde llegaremos cuando sean máquinas como
los robots quienes nos recuerden o nos digan lo que tenemos que hacer y cómo y
dónde y cuándo. Y sobre todo, con quién o quiénes debemos reunirnos, si es
necesario, pues de eso podrán encargarse las propias máquinas sin la
intervención humana. Mientras eso llega (que llegará, y pronto), mejor nos
dedicamos a disfrutar de lo que nos queda todavía de humanos que buscamos a
humanos para para pasar el rato y compartir nuestros problemas, alegrías y
tristezas. Porque las máquinas nos atenderán, pero jamás podrán comprendernos
como nuestros semejantes…
Augusto Lázaro
@lazarocasas38
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