Las
tardes invernales abruman cuando el sol es un recuerdo de algún día pasado que
invitaba a caminar por estas calles tan abandonadas de mi ciudad. Antes de
vivir en esta latitud me molestaba el sol que generaba en mi cuerpo un sudor y
un brillo facial que podía interpretarse como ausencia de agua y jabón, así de
simple y de grotesco. No podía imaginarme que el tiempo (que dicen que todo lo
cambia y que todo lo borra) pudiera hacerme desear ese sol que tanto atropelló
mi cuerpo en busca de una sombra con fresco que en mi lejana patria no era
habitual ni podía encontrarse con sólo abrir la puerta de la calle y salir a
pasear entre los arbustos de un parque que no me esperaba en la esquina para
reconfortar mi estado anímico…
Ahora,
entre las cosas que echo de menos, el sol ocupa un primerísimo lugar. Los días
oscuros, lluviosos, con un viento capaz de tumbar un pasquín de propaganda
electoral, y un frío que obliga a las muchachas a taparse todo el cuerpo
dejando ver sólo sus caras y sus cabellos, me refugio (¡qué remedio!) en mi
espacio de soledad, lectura y creación, con algo de música casi siempre de
fondo y si acaso algún que otro filme que según mi gusto cinematográfico
merezca la pena de pasar 2 horas frente al televisor vía DVD, porque entre
otras cosas, los anuncios publicitarios me provocan alergia y corcomilla. No,
prefiero los días soleados, y creo que es cierto que en los días soleados las
personas se sienten mejor de ánimo, sonríen más, y tratan a sus semejantes con mucha
más cordialidad. Incluso hay estudios que demuestran que en los días fríos,
oscuros y ventosos, hay muchos más suicidios que en los días en que el astro
rey brilla, ilumina y calienta los cuerpos y las mentes…
Salir
al sol (ahora) me gusta. Calentarme con sus rayos que desde tan lejos nos
llegan para llenar de luz y de calor cuerpos, sitios, edificios, fauna y flora
que al compás de esa estrella centro de nuestro universo nacen, crecen, se
desarrollan, dan sombra unos y alimentos otros, y respiran como pulmón pleno de
cada geografía donde vivimos los terrícolas que estamos destruyendo lenta pero
irreversiblemente nuestro hogar planetario, sin agradecer lo que decía Martí de
ese sol que tiene manchas, y que es naturalmente más perfecto que nosotros los seres
humanos…
Hoy
es uno de esos días en que aflora la nostalgia y se hace pesada la estancia en
cualquier sitio, dentro o fuera, porque el recuerdo surge inevitable y me trae
la imagen perenne de aquellas personas que ya no están, porque la muerte se las
llevó de cuajo cuando todavía podían dar de sí tantas buenas acciones y
actitudes generosas que hacen que las recuerde con amor y tristeza. Tristeza
irremediable que pesa como piedra de molino. Ojalá que salga pronto el sol.
Quizás su poder de alumbrar y calentar y dar brillo a la ciudad me haga
comprender que somos hijos de la muerte y que por eso mismo disfrutar de la
vida es más que un acto natural, una necesidad. Como una necesidad es intentar
ser felices, a pesar de las vicisitudes, los problemas y las sacudidas que
sufrimos en nuestro paso por esta superficie que resplandece sólo cuando el
astro rey se ve radiante y dueño de todo lo que es bueno y bonito en nuestra
tierra…
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
1 comentario:
No puedo estar más de acuerdo. Qué haría yo sin sol!!! me encanta el buen tiempo!! a disfrutar!!
Publicar un comentario