Me escribe una lectora desde México con elogios muy generosos a este blog, al que dice encontró por la vía poética. En sus palabras noto cierta nostalgia por los poemas que solían aparecer en algunas entradas y que hace ya algún tiempo no aparecen. No es que me haya aburrido de escribir sobre ese género literario, quizás sea que la vida me trae cada día asuntos y problemas que me inclinan a tratarlos como más inmediatos y es cierto que he abandonado la poesía que pienso que es un material que no tiene vencimiento. Pero hoy, amiga, para ti y para tu México lindo y querido, van estos dos poemas no publicados en el blog, escritos hace algún tiempo, ambos con ese hálito de recuerdo, un poco melancólico el primero, animado por un amor que se desentiende de las ataduras el segundo, con la esperanza, siempre insegura, de que te gusten o al menos de que puedas leerlos con la seguridad de que sigo escribiéndolos, aunque te aclaro que no me considero poeta, sino un narrador que de vez en cuando, cuando la nostalgia cortazariana lo abraza, da rienda suelta a eso que se llama no tan falsamente "inspiración" y de ella sale algo como lo que ahora vas a leer:
COMO LA LLUVIA QUE REFRESCA Y CALMA...
Ya yo estaba cansado de ser piedra,
vaga idea, ausencia, erial.
Ya yo estaba al borde de buscar la nada
como única puerta de escape
a tanto desamparo.
Ya yo estaba convencido del encuentro imposible...
y apareciste tú, sin previo aviso,
como la lluvia que refresca y calma,
aquella tarde de ningún presagio que no fuera
mi rutina lúcida.
Apareciste tú y en esos ojos tan de todos
a quienes regalas el placer de contemplarlos
vi un amanecer lleno de copos
de la nieve eventual, tan blanca como hermosa,
y golpeaste mi tiempo rescatándolo
de toda abulia posible y absurda.
Y a partir de entonces
cuando me amenaza la congoja del atardecer
me acuerdo de tus ojos que destilan amor y ternura
y de tu sonrisa que se abre ante el mundo
como una alfombra persa...
y me pregunto, ¡ay!, cómo pude vivir hasta hoy
sin conocerte...
MARNIA MIA MIENTRAS VIVAS
Marnia mía que estás en la tierra
sin promesas etéreas de una vida mejor
más allá de la muerte:
santificado sea tu amadísimo nombre
que pulsa las cuerdas de todas
las guitarras,
venga a mí tu reino de amor y de placer
y lléneme del néctar
que fluye de tus pechos
que amamantarían a todos los cabritos
del valle de Saba.
El pan dulce de tu lengua
-exquisita como la jalea real-
dámelo hoy, mañana y siempre,
y perdona mis apremios
como yo he perdonado tus temores
y no me dejes caer en la tentación
de serte infiel
(que sería serme infiel a mí mismo),
mas, líbrame de todo pensamiento
que me aparte de tu bienhechora presencia,
y sobre todo, amémosnos,
¡amémosnos hasta la vida eterna!
Augusto Lázaro
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