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domingo, 1 de agosto de 2010

POR SUPUESTO, PRESCINDIBLE

Acabo de leer una novela que me ha convencido de que soy un "héroe", porque leer las 700 páginas de que consta y salir del proceso sano y salvo (mentalmente hablando) es un acto heroico. ¿Por qué la leí toda entonces? Pues porque necesitaba convencerme de que era verdad que lo que estaba leyendo había sido escrito por el autor que tantas otras buenas obras nos había dejado. Por eso seguí pasando páginas, a pesar de saber lo que seguiría leyendo y casi sin poder creer lo que leía, por venir de ese escritor.

700 páginas dedicadas casi totalmente a describir y narrar sus aventuras "galantes" en la ciudad de La Habana, en la época anterior a la llamada Revolución Socialista.Página a página asistimos a encuentros fortuitos con mujeres de distintas categorías, apariencias, culturas, etc., que ceden todas ante los aparentes "encantos" del gran conquistador que se las arregla para que ninguna rechace sus pretensiones de llevarlas a la cama, destino único y final de todas las que caen ante sus facultades casanóvicas o rubirósicas.

Y todo sin que se haga mención a lo demás que debe suceder en la vida de cualquier persona: estudios, trabajos, ocios, estancias en casa, lecturas, comidas, compras, etc., porque en las 700 páginas sólo se ve, casi al 100%, lo que le ocurre al protagonista, que es el mismo autor (la novela parece ser autobiográfica), que sólo se dedica (triste vida la suya) casi a tiempo completo, a buscar mujeres en calles, parques, autobuses, cines, y a todas llevarlas a una posada (escasísimas veces a sus casas), donde únicamente en una ocasión (la excepción de la regla) el gran "ligón" no puede "cumplir" su "papel de hombre" conquistador y semental a cabalidad.

La narración está dotada con gran efusividad de palabras y giros vulgares, groseros, estúpidos, siempre gratuitamente, regalándonos cuantas palabrotas malsonantes y ridículas el autor quizás considera que "enriquecen" el gracejo popular, cuando resultan todo lo contrario, porque llega el momento en que el lector, por muy zafio que sea, tiende a rechazar este abuso de expresiones totalmente prescindibles para describir una y otra vez (el autor es incansable en sus encuentros sexuales donde el amor brilla por su total ausencia) esos "ligues" que hace, lo mismo en un transporte que en el lunetario oscuro de un cine barato, donde siempre coloca su mano en el muslo de la víctima de turno, siendo aceptada (la mano y la intención) por ésta sin un solo rechazo de ninguna.


Todo esto acompañado de un constante juego de palabras y de medias citas como para que sólo las capten aquellos acostumbrados a leer mucho, o personas con una elevada cultura, lo que forma un contraste con la fraseología, el vocabulario, y los giros populacheros de un lenguaje que curiosamente quien lo emplea es el narrador y no los personajes femeninos cautivados no se sabe por qué atractivos personales que al parecer el autor intenta ostentar, indirectamente, a sabiendas de que carece de ellos, porque de tanto exponerlos uno recuerda el refrán que "dime de lo que presumes y te diré de lo que careces".


El colmo del autobombo como gran cazador de hembras callejeras viene cuando en una de las tantas posadas donde ejecuta sus "hazañas" cameras, llega a practicar el coito... ¡5 veces seguidas! en una noche rápida, y se queda después tan fresco como un helado de fresa. Y nada más: no hay otra cosa en toda la obra que esos encuentros sexuales que se repiten como los anuncios televisivos hasta el cansancio y el aburimiento, y donde creo que sólo algunos tontos como yo pueden llegar a la última de las 700 páginas, en un epílogo que en pocas cuartillas se aleja del mundo "follante" que describe no sé qué idea ni con qué intención, pues si las hay confieso que yo no las he detectado.


Una novela casi idéntica a otra titulada Trilogía sucia de La Habana, en la que su protagonista, nuevo "héroe" de estos tiempos inciertos, sólo se dedica a follar y a beber ron...


En fin, que lamento muchísimo que tamaño escritor, un gran escritor sin duda alguna, que nos ha dado tantas buenas obras, haya caído en esta chapucería inútil y grosera, indecente y estúpida, donde tal parece que La Habana para un infante difunto no tiene otra cosa que ofrecer que ese mundillo de sexo, bebidas y dolce far niente. Y para colmo, publicada por una editorial supuestamente seria como Seix Barral (en Biblioteca Breve), lo que me hace pensar que nuestras casas de publicaciones literarias sólo suelen fijarse en "el nombrecito" del autor y no en la calidad de tantas obras que publican.


Y porque todavía me cuesta trabajo aceptar que esa laaarga novelucha haya sido escrita por este Premio Príncipe de Asturias, no quiero escribir su nombre, con la vaga esperanza de que se trate de un error... porque una tontería más seguramente no me va a hacer menos tonto.


Augusto Lázaro

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