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martes, 20 de noviembre de 2012

¡QUE BUENO ESTA EL TRANSPORTE PUBLICO!


Esos que se quejan de los atascos mientras conducen un coche de marca mayor no saben de lo que se libran. Díganmelo a mí que tengo que pararme diariamente (¿oyeron?: diariamente) en una P a esperar un autobús que puede tardar entre 5 y 25 minutos en mostrar su morro por la esquina. ¿Un atasco? ¡Ja! Eso es cosa de niños.
Pues vean y oigan: para moverte en esta gran ciudad te paras en una P a esperar digamos la línea 32. Y con una buena carga de paciencia, que si no, pobre de ti. Pues esperas y el reloj camina. Y esperas. Y el reloj sigue caminando. Y tú con la vista fija en la dirección rutera. Y de pronto: ¿qué ven tus ojos, desgraciado? Pues que vienen dos juntitos, como tórtolos, uno detrás del otro. ¡Ay! Y la señora que espera sentada en el banco sin saber realmente lo que está esperando, porque la pobre, con esa estampa... te dice que a veces vienen hasta tres de un tirón (tú mueves la cabeza, aunque no quieres creer lo que te dice), y sacas el billete de la tercera edad a ver si tienes suerte hoy y puedes sentarte al menos con cierta comodidad.
La diferencia con el Metro es que aquí parece que le gente usa más el agua y el jabón. Pero cuando logro ir sentado, que es las menos veces, se me sienta al lado un gordo barrigón y seboso que me apachurra contra la ventanilla y no me deja ni cambiar de página el periódico que trato de leer. Y lo peor, que si al conductor, que es el dueño y señor del vehículo, no le sale de sus timbales poner el aire acondicionado, te jodiste, chavalón, a coger el periódico, a doblarlo como puedas, y a ejercitar los músculos abanicándote durante todo el recorrido, porque ni abriendo la ventanilla te vas a librar del sudor y del cabreo.
Una señorita tipo Pimpinela me mira y me dice: ¿para qué estarán los equipos de aire acondicionado en los autobuses, si casi nunca los conectan y una tiene que ir aquí friéndose como un bisté de solomillo? Me dan ganas de reírme de la inocente, que seguramente exagera un poco, pero el calor no me deja. El conductor lleva su ventanilla abierta y en la mano izquierda un pitillo mientras mueve el volante con la derecha y al mismo tiempo lee el periódico gratis en las paraditas por el semáforo, el atasco, el turismo cruzado en el medio, y eso cuando no lleva una pasajera permanente al lado dándole cháchara y distrayéndolo del recorrido.
El otro día una joven del ambiente tuvo un ataque de ferecía galopante con crisis nerviosa y empezó a golpear la carrocería del autobús de la línea 26 donde yo por desgracia me encontraba encerrado, y casi rompe los cristales de las ventanillas, todo porque el dichoso autobús llevaba ya, desde la esquina del Paseo del Prado y calle Atocha hasta el borde de la Plaza Antón Martín (o sea, menos de un kilómetro) nada menos que... ¡24 minutos! Casi nada. A la joven tuvieron que reducirla entre el conductor y dos señores fuertes, y tratar de calmarla, porque óiganme, que eso es otra cosa, el transporte urbano de esta ciudad es el segundo del planeta en lentitud, después del de Tokio, según las estadísticas. 10 kilómetros por hora, normalmente, que si es un día de manifestación, despídete.
Claro que el autobús tiene una ligera ventaja sobre el Metro: si se pincha una goma te bajas y esperas el próximo, que tarde o temprano tendrá que pasar, y respiras aire puro... bueno, casi puro digamos. Pero vamos, estás al aire libre, qué caramba, y no metido en el hueco tenebroso del túnel, que es un lugar tan lúgubre que ni a Nosferatu entusiasma. Y también tiene la facilidad de que no estás obligado a bajar y subir escaleras, que a veces, cuando estás cargado de bolsas y de bultos, es de anjá y basta, Perico. No te jode. Hombre, no todo van a ser desgracias, eh.
En fin, que prefiero las ciudades pequeñas donde uno puede ir a cualquier sitio a pie, o caminando, que parece lo mismo, pero no lo es, porque un día me dio por sacar cuentas aritméticas y descubrí (ya era hora) que si vives 80 años, te pasas 20 haciendo dos cosas: 1) esperando un transporte, 2) metido en el transporte. Óiganme, que no es para reírse: 20 de 80, una bobada.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr

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